Baldaquino de Bernini
Obra de Bernini
Fecha ( 1650-1700 )
La amplia cultura humanística y el interés por las artes de Urbano VIII, crearon entre ellos una larga amistad. El papa, por su parte, se aseguró la exclusiva profesional del artista, al que confiaría las empresas, oficiales o familiares, más ilustres y relevantes de su pontificado. El monopolio barberiniano sobre Bernini fue exclusivo y excluyente, tanto que, desde 1623, todo comitente que quisiera sus servicios, debía obtener primero el permiso de Urbano VIII. El retrato de Sir Thomas Baker, un cortesano inglés, fue interrumpido por orden pontificia y tuvo que ser acabado por sus ayudantes. La influencia de Bernini sobre el papa y los suyos era tal que sin su aprobación ningún artista podía conseguir comisiones oficiales o encargos de los Barberini.En 1624, Bernini recibió el primer encargo oficial: el Baldaquino de San Pietro, esta vez la Basílica volvía a concentrar el interés de un papa, deseoso de sistematizar la zona de su altar mayor, verdadero nudo arquitectónico y simbólico del templo. Su ejecución consumió nueve años de trabajo, generando muchos problemas. Uno de ellos fue el de la provisión de los materiales, que Bernini, resolvió expoliando todo el bronce del Panteón, lo que suscitó numerosas críticas, entre ellas las del médico papal G. Mancini, culto coleccionista y experto en pintura. Otro problema fue la ubicación de la estructura definitiva que sustituiría a la provisional erigida sobre el altar mayor, un lugar caracterizado arquitectónicamente. Bernini, fundiendo la espectacularidad de la obra interina y la revocación de la pergula constantiniana, concibió una máquina estupefaciente transportando sus dimensiones a la escala monumental del gigantesco ámbito del crucero basilical. Bernini superó las soluciones convencionales de los baldaquinos realizados como obras arquitectónicas con forma de templo, diseñando una estructura dinámica que se dice que es al mismo tiempo arquitectura, escultura y decoración. Quiso repetir en las columnas la forma de aquellas torcidas de la antigua pergula columnaria con balaustrada que, desde el siglo IV y que se creían procedentes del Templo de Salomón, con las que se aseguraba la continuidad ideal del Cristianismo. El Baldaquino, por su dinámica estructura transparente y sus gigantescas dimensiones, deja libre la visión del estático ambiente arquitectónico atrae así las miradas y las dirige después hacia el espacio circundante y a su vez por el color oscuro y dorado del bronce, que crea un atractivo contraste con el blanco de los pilares que sostienen la cúpula, con cuya rectitud contienden los fustes contorneados de sus columnas. Tan perfecta es la ilusión de ser una estructura en movimiento, que las gualdrapas del remate parece que las zarandea el aire.
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